By Clara Riveros
Chile, un país situado al sur de las Américas y con más de 19 millones de habitantes, finalmente se decantó por el rechazo contundente a la nueva Constitución. El 62 % votó por el “rechazo” mientras que el 38 % votó el “apruebo”. ¿Por qué?

El joven presidente de Chile, Gabriel Boric, de 36 años, dijo en las horas previas a la jornada del plebiscito que las decisiones de los chilenos determinarían la historia futura del país. Su advertencia daba cuenta de la preocupación por los resultados y por las consecuencias que el “rechazo” tendría sobre su gobernabilidad. No era para menos. Lo que estaba fuera de todos sus cálculos es que la derrota sería de tal magnitud.
Las encuestas previas a la jornada de votación del domingo 4 de septiembre, siguiendo El Post, el podcast de The Washington Post, indicaron que la opción “rechazo” se impondría con un 48 %, superando en 10 puntos al “apruebo” que podría alcanzar apenas un 38 %. El presidente Boric, situado a la izquierda del espectro político ideológico, gobierna rodeado de autodenominados progresistas, antisistema y radicales, lleva menos de seis meses al frente del poder y ya enfrenta una elevada impopularidad superior al 50 %.
En los días previos a la votación, analistas y expertos chilenos explicaron las razones que cristalizarían el rechazo al texto constitucional vigente desde 1980 y legado por el régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Robert Funk, académico de la Universidad de Chile, observó que el probable rechazo tendría que ver con aspectos de forma en el texto elaborado durante casi un año por la Convención Constitucional, pero también de contenido. Tanto las cuestiones propias del desarrollo que tuvo el proceso constituyente, el texto en sí mismo y el contexto nacional e internacional, la coyuntura del país (inflación, economía, impopularidad del gobierno, etc.,) y hasta los efectos globales que arrastra la post-pandemia.

Funk se refirió a unos 400 artículos que dieron cuerpo a la propuesta constitucional, con un fuerte énfasis en temas identitarios, indígenas y en abstracciones que carecen de interés y exceden la comprensión de muchos ciudadanos. Todo ello cuando las preocupaciones centrales, tangibles y materiales del estallido social de hace tres años aún no se han visto resueltas.
La elaboración del nuevo texto constitucional habría tomado un camino que no necesariamente se correspondió con las demandas originales del grueso de la sociedad chilena (mejoras en temas de salud, transporte, educación, desempleo, inseguridad, inmigración, criminalidad, etc), incluso se estima que la clase política promotora del cambio o que impulsó la redacción de la nueva Constitución desvió el contenido de las propuestas iniciales que debían responder a las reclamaciones y demandas concretas de los ciudadanos. La consecuencia de las malas decisiones y la valoración de la gestión gubernamental se hicieron manifiestas con el resultado en las urnas.

Si bien la nueva carta constitucional “incorporaba importantes avances, como el Estado de Derecho y la paridad entre hombres y mujeres, dejaba abiertas numerosas aristas relativas al alcance de lo plurinacional, del derecho de los mal llamados pueblos originarios, del poder de las cámaras de diputados y senadores (vaciando de contenido a esta última), de la independencia del Poder Judicial o del alcance de una potencial intervención de las Fuerzas Armadas en circunstancias de crisis”, analizó desde Madrid el académico argentino Carlos Malamud, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano, tras la derrota del “apruebo”.
Los votos evidenciaron el rechazo rotundo de los chilenos a la nueva Constitución, posiblemente advirtieron que el nuevo texto iba a fracturar demasiadas cuestiones fundamentales para la convivencia política y social y que generaría divisiones muy profundas en el país. De ahí que un alto porcentaje de electores, el 62 %, haya rechazado la nueva Carta política, mientras que el 38 % la aprobó.

Tras la derrota, el presidente Boric afirmó que recibía la decisión del pueblo chileno con humildad y que era evidente que el malestar social sigue latente, irresuelto. Funk analizó que los chilenos, desde el primer momento, vieron con malos ojos a la Convención Constitucional (por un excesivo simbolismo que incluyó a miembros de la convención disfrazados, así como ceremonias y rituales indígenas, peleas internas y hasta el episodio inicial de rechazo a cantar el Himno Nacional). Los ciudadanos también rechazaron el texto en sí mismo, por su inviabilidad, abstracción y extensión, incidió también la baja popularidad del gobierno, inferior al 40 %. Malamud coincidió con la mirada de Funk y explicó que: “El texto no solo era largo, farragoso y contradictorio, sino más que la nueva Constitución que el país necesitaba parecía el programa político de un grupo de fuerzas antisistema. Era como si el mundo acabara mañana y previamente hubiera que cancelar las cuentas pendientes de reivindicaciones perpetuas”.
El “rechazo” debilita al gobierno mientras que la derecha, promotora de esta opción, sale fortalecida, observó Claudia Heiss, académica de la Universidad de Chile. Boric “ha perdido abundante capital político por su apoyo al apruebo”. Está claro que la contundente derrota empujó al mandatario a renovar y a reformar su gabinete en aras de incorporar posiciones más conciliadoras y con capacidad de gestión para adquirir gobernabilidad, en un gobierno que se percibe como demasiado inexperto.
Tampoco hay que perder de vista que las agrupaciones de derecha tienen relevancia capital en el Legislativo. “Contrariamente a los intereses del oficialismo, en ambas cámaras el peso de los partidos de derecha es fundamental, obligándolo a negociar desde una postura de cierta debilidad. Ahora bien, los más lúcidos representantes de la derecha saben que ni de lejos su caudal electoral supera el 50% y, por tanto, no deben cometer los mismos errores de la izquierda al redactar una Constitución desequilibrada y solo para sus propios seguidores”, destacó Malamud.
Los resultados del plebiscito mantendrán vigente la Constitución de 1980, pero lo cierto es que esta ha tenido, desde su entrada en vigor, más de 50 reformas. Hay gran incertidumbre respecto al proceso institucional a seguir, no obstante, tal y como lo avaló un 78 % de la ciudadanía en 2020, el requerimiento del cambio constitucional continúa irresuelto, aunque ahora no esté claro el camino a seguir, precisó Heiss.

Malamud añadió que los eventos acaecidos en octubre de 2019, origen del actual proceso constitucional, “mostraron que el país anhelaba un cambio profundo. Sin embargo, los encargados de llevarlo a cabo erraron en su diagnóstico y eligieron herramientas inadecuadas para solucionar los problemas del país. Lo que ha mostrado este proceso es que Chile necesita una nueva Constitución, que sea de todos. Y para ello es necesario diálogo y un amplio consenso entre todos los actores políticos y sociales implicados”.
El experto argentino infiere algunas cuestiones lógicas y las claves para entender el impacto de los resultados en la política doméstica de Chile, resultados que también acarrean consecuencias para la región. El resultado del plebiscito “ha dejado claro que la posición de Boric se ha debilitado de forma considerable. Erróneamente, aunque tampoco tenía mucho margen de maniobra para otra cosa, vinculó su futuro político al resultado del plebiscito”. Y, por otra parte, “el triunfo del rechazo tendrá importantes consecuencias en América Latina. En primer lugar, al cuestionar la idea del giro a la izquierda, de la omnipresencia de gobiernos ‘progresistas’ y de las ‘virtudes populistas’. En segundo lugar, porque hará que aquellos líderes interesados en impulsar reformas constitucionales en sus propios países se lo piensen dos veces, sobre todo si quieren hacerlo con estándares medianamente democráticos. Para comenzar, es el caso de Perú, de Honduras e incluso, aunque con muy escasas opciones, de Colombia”.
Dos días después del rechazo al plebiscito, el presidente Boric, cuya gestión es valorada favorablemente por un 39 % de la ciudadanía, hizo cambios en su gabinete, “pensando en nuestro país”, dijo. Un Boric apesadumbrado declaró que esa decisión le resultaba dolorosa pero que era necesaria.
De todas formas, el cambio de gabinete era un asunto pendiente desde hace varios meses, notó Christopher Martínez, académico de la Universidad de Concepción, al considerar el pragmatismo asumido por el presidente. Este finalmente optó por la experiencia y la experticia, sacrificando la afinidad, la juventud y la amistad de algunos de sus fieles escuderos —convencidos de una presunta ‘superioridad moral’ respecto de la generación de la Concertación— y a quienes mantenía en sus cargos, pese a sus posiciones radicales. En consecuencia, les han llevado a cometer graves y costosos errores y acciones mal calculadas para la popularidad y la credibilidad de la gestión gubernamental.

Los cambios ministeriales y la composición del nuevo gabinete dan cuenta del acercamiento de Boric al centro-izquierda y con este de una forzada, conveniente y necesaria inclinación hacia la generación denostada constantemente por él y por los suyos en desmedro de ciertas posiciones más radicales que integraban su equipo de gobierno.
Por último, no está de más dejar constancia de una de las reacciones que más llamó la atención en el Hemisferio tras la derrota del plebiscito chileno. Esta fue la del líder populista y flamante presidente colombiano Gustavo Petro quien, tras conocer los resultados, trinó: “revivió Pinochet”. Su tuit —por demás está decir que fue muy desafortunado— desconoce ya no solo las formas que debe mantener un jefe de Estado, sino que ilumina una cuestión de fondo, es decir, la concepción meramente instrumental que los populistas mantienen de la democracia: esta sirve cuando los resultados les gustan, pero cuando la ciudadanía se decanta por otra opción no tienen reparo en pasar a cuestionar la validez y la capacidad de decisión (mayoritaria) de los electores, la legalidad del proceso y/o la legitimidad misma de las urnas. Semejante aseveración emitida por Petro desconoce que en ese importante 62% de rechazo a la nueva Constitución no solo hubo votantes afines al dictador, también electores de derecha, liberales, votantes de centro y de izquierda que se pronunciaron en contra de lo que se redactó y de cómo se llevó a cabo el proceso constituyente.
Clara Riveros, Colombia, 1984. Politóloga, analista política y autora. Ha vivido entre América Latina y el Norte de África. Sus libros abordan aspectos relacionados con populismos, totalitarismos, revoluciones, dictaduras, estados confesionales, regímenes autoritarios y la cuestión de las libertades a lado y lado del Atlántico.
En Twitter: @CLARARIVEROS