Se ha escrito mucho sobre los orígenes históricos, políticos y culturales de la crisis catalana actual. No tengo mucho que añadir a ello, por lo tanto he decidido simplemente explicar cómo he vivido yo la identidad catalana y la relación conflictiva entre Cataluña y España en mi vida personal.
Nací en Igualada, provincia de Barcelona, en 1965. Mi padre era contable; mi madre profesora de inglés. Los dos eran catalanohablantes. Siempre he hablado catalán con toda mi familia y con la inmensa mayoría de mis amigos. Sin embargo, no recuerdo ninguna época de mi vida en que no hablara y comprendiera el castellano también.
Empecé la enseñanza primaria en 1969 en Escola Mowgli, un colegio privado donde todos los maestros daban las clases en catalán, excepto la profesora de Lengua Castellana y el profesor de Matemáticas. Allí aprendí a leer y a escribir en catalán. Estábamos todavía bajo el régimen franquista y, según parece, el colegio tenía un ingenioso sistema para despistar a los inspectores del gobierno, ya que oficialmente estaba prohibido tanto enseñar catalán como enseñar en catalán.
Mis primeros recuerdos de Franco son de los partes médicos diarios en los meses precedentes a su muerte. Era evidente que la salud de ese señor era de una importancia crucial para los adultos que me rodeaban. El dictador murió en 1975 y en 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas desde 1936. Recuerdo perfectamente el intenso ambiente político de esa época.
El 23 de octubre de 1977, el presidente de la Generalitat (el gobierno catalán), Josep Tarradellas, volvió a Cataluña después de un exilio de casi cuarenta años. Ese día escribí en mi diario: “Día histórico. He visto por televisión el reportaje en directo sobre el regreso de Josep Tarradellas. Ha sido muy bonito, emocionante y gozoso.” Yo tenía doce años.
En 1978 se celebró el referéndum para refrendar la Constitución española. En contraste con los otros dos acontecimientos mencionados, no recuerdo absolutamente nada de éste y no tengo ni idea de qué votaron mis padres. Por supuesto, yo no voté. Por eso me irrito cada vez que oigo, actualmente, que “los catalanes votaron a favor de la Constitución”. Sí, pero sólo los muertos y los mayores de 57 años.
Poco después fui a otro colegio privado para cursar estudios secundarios y nuevamente recibí la enseñanza íntegramente en catalán con la excepción de las clases de Lengua y Literatura Castellanas. Ésta última era una de mis asignaturas favoritas. Recuerdo la emoción con que fui a buscar mi copia de El Cantar de Mío Cid y el fervor y la avidez con que leí este clásico y otros como El libro de Buen Amor o las poesías completas de Garcilaso de la Vega. El colegio no me inculcó ninguna antipatía ni odio hacia la lengua o la cultura españolas.
A pesar de mi amor por la literatura castellana, me incliné por estudiar Filología Anglogermánica en la Universidad de Barcelona. Mis años de adolescente y de universitaria coincidieron con los 80. Fue la primera década de Jordi Pujol, que presidiría la Generalitat durante 23 años. El autogobierno catalán y la democracia en España no me parecían una realidad nueva sino algo estable y consolidado. No me gustaba mucho oír a la gente mayor hablar de la guerra civil o del franquismo: para mí eran períodos lejanos y tristes que sólo podía imaginar en blanco y negro. Yo era hija de la democracia, la libertad y la tolerancia; no quería pensar en épocas trágicas que consideraba definitivamente enterradas. Qué inocente era!
Desde siempre tuve muy claro que ser catalán y ser español no eran lo mismo y durante toda mi vida me he considerado catalana antes que nada. Cuando en 1992 me casé con un inglés y me fui a vivir a Inglaterra, me encontré que muchas personas me preguntaban de dónde era. Durante años, respondí normalmente “España”, porque era mucho más fácil (y educado) ofrecer a la gente un cajón conocido donde meterme, que endosarles una lección de historia o un discurso político. Sólo mis amigos íntimos y mis parientes políticos sabían que yo era catalana y lo que eso significaba para mí.
Cuando nació mi hija en 1997 le hablé en catalán desde el principio y todavía lo hago ahora. Ella aprendió también castellano fácilmente en el colegio y en la universidad y ahora habla las dos lenguas.
En el año 2010 tuvo lugar en Barcelona una enorme manifestación contra la decisión del Tribunal Constitucional que anulaba o recortaba una gran parte del nuevo Estatut de Cataluña de 2006, que ya había sido aprobado por los parlamentos catalán y español y ratificado en un referéndum. Quedó claro entonces que el Tribunal Constitucional estaba controlado por el conservador Partido Popular (PP), que lo utilizó para impedir la ampliación de la autonomía catalana.
Desde aquel momento he seguido con pasión los múltiples estadios del llamado “Procés”. Vi crecer exponencialmente al independentismo desde la subida al poder del PP, con Mariano Rajoy al frente, en 2011. Llegué a la conclusión de que hacía falta un referéndum sobre la independencia acordado con el estado español. Yo votaría sí a la independencia en este hipotético (y repetidamente negado) referéndum, pero aceptaría deportivamente un resultado contrario. Entiendo muchas de las razones de los unionistas; lo que no entiendo es el españolismo violento de extrema derecha ni la negación del principio de autodeterminación a un pueblo que lo reclama a voces.
Participé en el referéndum informal del noviembre de 2014, haciendo cola durante tres horas en Londres con otros ilusionados catalanes. Voté también por correo en el referéndum del 1 de octubre y vi con horror como en Cataluña padres y madres de familia, ancianos y estudiantes eran aporreados vergonzosamente por la policía y la guardia civil españolas. Se despertó, por lo visto, el fantasma del franquismo.
Ahora el gobierno y la justicia españolas (que parecen ser lo mismo), al encarcelar a dos líderes sociales pacíficos y a varios miembros del gobierno catalán elegidos democráticamente, está criminalizando a una gran parte de la ciudadanía catalana. Y al tomar el control directo del gobierno catalán, está perjudicando a todos los catalanes, incluídos los unionistas, la mayoría de los cuales no vota al Partido Popular. El gobierno español me insulta y no me escucha. El gobierno español me considera una ilusa y una golpista. El gobierno español me ha metido en la cárcel.
Victòria Gual Godó, profesora de lengua española en Winchester College y traductora del inglés al catalán.