Una joven guía reflexiona desde la soledad de una España sin turistas.
Eneida Pérez
Guía Oficial de Turismo de Castilla y León | Profesora de español para extranjeros | eneidatours@gmail.com
En España, de toda la vida, se dice, se cuenta, se rumorea: “si consigues ser funcionario, tienes la vida resuelta”. “Fulanita se pasa estudiando sin parar diez horas al día de lunes a domingo desde hace ya cuatro años pero, después, cuando apruebe la oposición, a vivir como una reina el resto de su vida”. “Ser funcionario es una suerte, pero ser emprendedor… buff, vivir con tanta incertidumbre… Yo no podría”.
Mitos como “un autónomo nunca se pone enfermo, tiene que trabajar sea como sea” o el lema “la seguridad y un sueldo fijo es lo más importante para disfrutar de una buena vida”, son solo algunos comentarios que todos hemos oído desde siempre.
Y así podríamos seguir un buen rato hablando de todas estas creencias con las que desde niños se nos ha estado apabullando y adoctrinando, con o sin razón. Está claro que cada persona es un mundo y cada cual puede encontrar la felicidad en un camino o en el otro. Pero, ¿acaso no hay vida más allá de lo fijo, de lo certero? ¿Se puede disfrutar incluso de la incertidumbre? ¿Podremos ser capaces de mirar al futuro con optimismo incluso cuando el mundo se desmorona bajo nuestros pies y sobre nuestras cabezas?
Según el I Informe sobre “Emprendimiento y empresas jóvenes que crean empleo”, elaborado por SGR-Cesgar, en España, tan solo el 5,5% de las personas ocupadas han emprendido su propio negocio. De ese total, el 62,4% son hombres, frente a un 37,6% de mujeres.
Es evidente que se trata de una cifra extremadamente baja. La gran carga impositiva, la dificultad por abrirse camino entre una marabunta de empresas que conforman la competencia y, sobre todo, la inseguridad, hacen que sea una heroica aventura tomar el camino del trabajo por cuenta propia y ser “tu propio jefe”, a pesar de las muchas ventajas que ello conlleva.
Bien es cierto que la incertidumbre es la gran compañera de cualquier emprendedor en España. Y, por si fuera poco, la gran crisis y alarma sanitaria provocada por el inesperado y asombrosamente global Covid-19 hace que ya no solo sea el autónomo o empresario el que viva en este agotador estado de inquietud y desasosiego, sino que todos los ciudadanos del mundo no sepan a qué atenerse en los próximos días, semanas o meses.
Con este panorama tan aparentemente desolador ante nosotros, que golpea con toda la fuerza al sector turístico y condiciona el mero hecho de viajar incluso a la ciudad de al lado, la pregunta es: ¿debemos organizar planes con la que está cayendo? ¿Qué hacer con nuestras sagradas vacaciones? ¿Van a pasar a un segundo plano cuando lo más prioritario es protegerse y sobrevivir a este “bichito” con nombre regio? ¿O vamos a darle uso al célebre carpe diem? ¿Qué pasará cuando volvamos a la que ya acostumbramos a llamar “nueva normalidad”? Porque… ¿acaso no estamos deseando hacer las maletas, meter nuestro bañador y las chanclas de la playa en ella para, billetes de avión o tren y mapita en mano, irnos a descubrir mundos nuevos? Eso sí… cuando nos lo permitan…
Y yo, que escribo estas líneas, soy una mujer joven que decidió hacer caso omiso a las recomendaciones que desde niña había oído a todo el mundo sobre lo importante que es tener un “trabajo fijo” y esa “seguridad laboral” que se consigue siendo un funcionario o teniendo un contrato indefinido por cuenta ajena (modalidad que desde hace años se encuentra cada vez más en peligro de extinción), para dedicarme en cuerpo y mucha alma a mi verdadera pasión: ser guía de turismo en España.
Y me preguntaréis… ¿te gusta?
Pues sí, este es el trabajo de mis sueños. ¿¡Qué puede ser más hermoso que dedicarme a investigar y aprender más y más de la ciudad que me vio nacer, del lugar donde crecí y por donde me paseo día a día!?
Salir cada mañana a recorrer y pisar bien fuerte las calles y poder transmitir a mis clientes qué se siente por el mero hecho de ser “de aquí”, qué significa vivir en este lugar, mostrar el camino para saber apreciar su arquitectura, sus vestigios casi divinos, darle la oportunidad a los turistas que hasta aquí llegan de asomarse a la larga e intrincada Historia de estas tierras, tejida durante siglos por reyes y vasallos, hombres y mujeres que con sus logros y desventuras nos han hecho ser como somos.
Ahondar en la idiosincrasia de nuestras gentes, en el entorno natural que nos ha moldeado, en nuestras tradiciones (las que aparecen marcadas en el calendario y que aún seguimos celebrando por todo lo alto, así como otras que ya quedaron relegadas al olvido), hablar de la sabrosa gastronomía hasta que se nos hace a todos la boca agua, comentar nuestras costumbres, las creencias, la forma con que nosotros sabemos disfrutar de la vida, tanto en vacas gordas, como en flacas.
Y es que el trabajo de un guía de turismo es precisamente el de condensar, cohesionar y transmitir todo ello en unas pocas horas para que el visitante pueda llevarse una idea clara y, sobre todo, auténtica de lo que significa ser “de aquí”. Que tras la visita guiada, un turista pueda saber elegir cómo aprovechar su tiempo libre para probar y saborear un pedacito del estilo de vida de la ciudad y convertirse, aunque tan solo sea durante un ratito, en “uno de los nuestros”.
En momentos tan críticos como los que estamos pasando todos, no puedo evitar pararme a pensar y preguntarme: “¿hice lo correcto dedicándome a este trabajo tan incierto?, ¿merece la pena?, ¿es nuestra labor necesaria?, ¿podremos sobrevivir en este sector?”. Y la respuesta a todas estas preguntas, al menos para mí, es un rotundo SÍ en mayúsculas.
Sí, porque uno tiene la obligación casi moral de dedicar su vida a lo que le gusta hacer ya que, casi con total seguridad, será lo que mejor sepa desempeñar. Y en tiempos de incertidumbre, quizá sea esa la única gran certeza que uno puede tener.
Por supuesto que merece la pena apostar por ser feliz, porque pasamos gran parte del día trabajando y ¡qué puede ser mejor que ocupar tantas horas realizando algo que te hace realmente sentir bien al final de la jornada! Y sí que es un trabajo necesario. Dar a conocer nuestra cultura a otros que la imaginan probablemente de una forma distorsionada y estereotipada, incluso dar la oportunidad a muchos vecinos de un lugar que quizá no sepan mucho de su propia Historia porque nunca se han parado a pensar en ello.
Porque tenemos la tendencia de viajar muy lejos y, en cambio, desoír lo que las calles por las que caminamos a diario nos tienen que contar, lo que las casonas y palacios, que raramente y por muchos años que pasen nos paramos a admirar detenidamente, han vivido a lo largo de los siglos, o el porqué de esas festividades y romerías que celebramos con tanta alegría y boato, sin conocer muchas veces el origen de las mismas.
Así que, en efecto, nuestro trabajo es importante, mucho, y, nosotros, los profesionales del turismo somos los primeros que debemos entenderlo así y valorarlo.
Por último, ¿sobreviviremos? Por supuesto que sí. Al más puro ritmo de la grandiosa Gloria Gaynor, We will survive porque siempre ha sido así, porque un virus y sus consecuencias no serán tan fuertes como para arrebatarnos de cuajo nuestros deseos de viajar, de conocer nuevos mundos, otras gentes y diferentes formas de vida. Porque, como diría Garcilaso de la Vega, “busquemos otros montes y otros ríos, otros valles floridos”, no dejemos de hacerlo.
Y pronto volveremos a pisar las calles. Y volverán los turistas con sus gorros y gafas de sol, con su cámara de fotos al cuello y unas ganas locas de disfrutar de unas merecidísimas vacaciones, momentos de descanso, relax, placer y diversión. Días de vino tinto y croquetas de jamón ibérico. De risas y recuerdos inolvidables.
Sí, tengo claro que eso volverá, más pronto que tarde. Pero, de momento, toca cuidarnos, ser pacientes, no dejar de soñar con el próximo viaje y, ante todo, nunca jamás perder la esperanza.