By BAS editor Alfredo Benito
Todo el mundo vio venir la pandemia del coronavirus… a posteriori. Después de devorar durante este confinamiento cientos de artículos, opiniones, noticias, etc… (¿es que se puede encontrar algún otro tema en los medios de comunicación?) he llegado a la conclusión de que el “ya te lo dije”, fuertemente arraigado en la idiosincrasia hispana, ha alcanzado su cenit durante esta crisis sanitaria. Margarita del Val, científica del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), -institución, por cierto, bajo cuyo paraguas se desarrollan en la actualidad al menos tres proyectos de investigación para obtener una vacuna contra la Covid-19- expresaba hace unos días de forma meridiana lo que ahora muchos tratan de negar: “Si una semana antes de decretar la alarma nos dicen que nos confinan a todos, no hubiésemos hecho ni caso. Lo veíamos en China y pensábamos, ¡qué exóticos, estos chinos están locos!”.

Lo cierto es que el Gobierno de Sánchez, al igual que la mayoría de los grandes países europeos, hizo gala de un cierto desdén y, por qué no decirlo, de cierta arrogancia occidental cuando, por ejemplo, el 30 de enero la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitía una alerta de emergencia internacional y advertía a los países de la necesidad de dotarse de equipamiento sanitario ante la posibilidad de una expansión de la epidemia. El Ministerio de Sanidad de España no sólo aseguraba estar más que preparado para cualquier contingencia sino que a mediados de febrero ponía el grito en el cielo ante la clausura forzada del World Mobile Congress en Barcelona. Eso sí, puestos a repartir ‘carnés de irresponsabilidad’, habría que ampliar la mirada crítica no sólo al Gobierno sino a la sociedad española en su conjunto. Basta con tirar de hemeroteca para recuperar la catarata de epítetos y adjetivos gruesos que se dedicaron en aquellas fechas a las empresas que decidieron boicotear el evento desde todos los sectores de la sociedad.

El 7 de marzo, la víspera del Día de la Mujer, en España las cifras hablaban de 430 contagiados y 8 fallecidos. ¿Panorama suficiente para clausurar eventos masivos como la manifestación del 8-M? A día de hoy la respuesta sería evidentemente afirmativa. Pero ese fin de semana se celebraron miles de eventos deportivos masivos -80.000 personas en el Camp Nou para ver un Barcelona-Real Sociedad– y, por ejemplo, un acto de Vox en Madrid con 9.000 personas en el que el tema principal no fue el coronavirus, no, sino un “ataque frontal al feminismo radical” (titular del diario El Mundo).
La disputa política cainita -con el Covid-19 como único tema del orden del día- arranca pues en España bajo la sombra del 8-M. Primero, la acusación al Gobierno de ser cómplice del contagio masivo al permitir la celebración de la manifestación. Inmediatamente después, la pirueta dialéctica que obró el milagro: los mismos que ignoraban -incluso en documentos oficiales sanitarios como el de la Comunidad de Madrid el 5 de marzo- el alcance de la pandemia ahora señalaban a Sánchez como un incauto por no dar importancia a lo que estaba pasando en China e Italia.

Los pecados veniales del Gobierno español -compartidos con otros tantos gobiernos de su entorno- dieron paso a pecados más capitales. Para los ritmos de la política y la burocracia, los seis días que tardó Pedro Sánchez en decretar el estado de alarma no parecen muchos. Pero las costuras se le empezaron a ver al sistema sanitario de forma vertiginosa. Ante la primera avalancha de infectados, la Sanidad española -la joya de la Corona de nuestra democracia- saltó por los aires: no había capacidad para hacer test fiables, no había camas UCI suficientes, no había equipos de protección profesionales para los especialistas, y casi por no haber no había ni mascarillas ni guantes. El caos.

Las prisas son malas consejeras y si sales de compras con cara de cliente fácil lo normal es que te estafen. Y con el Gobierno de España se cebaron -pronto descubriríamos que algo similar le había pasado también al Reino Unido, Alemania o Francia-. La primera, en la frente: 640.000 test devueltos por poca fiabilidad. Munición suficiente para cualquier oposición política, y especialmente para la de un país tan cainita como este. Pero el cainismo en tiempos de pandemia cobra una dimensión exagerada. Mientras en países vecinos como Portugal la oposición conservadora tendía la mano al Ejecutivo socialista, en el Congreso español se abría la caja de Pandora: insultos y acusaciones de todos los colores. El momento tristemente álgido, el de una diputada del partido ultraderechista Vox que el 16 de abril acusó al Gobierno literalmente de ejecutar “una eutanasia feroz” contra los ancianos de las residencias. El último recuento deja más de 19 mil muertos en residencias, las cuales son gestionadas en su mayoría por grandes empresas privadas y cuya competencia recae en las Comunidades Autónomas.

Los golpes le llegaban al Gobierno no sólo por el flanco derecho sino también por el nacionalista. El presidente catalán, Quim Torra, además de votar en contra de forma reiterada en el Congreso a la aprobación del Estado de alarma y, por tanto, de la aplicación efectiva del confinamiento -bajo el argumento de una recentralización del Estado-, denunció en la BBC que el Gobierno español no estaba aplicando el confinamiento. Una declaración falsa que agrietó aún más las diferencias políticas entre quienes más pronto que tarde deberán sentarse en una mesa de diálogo para solucionar el espinoso tema de Cataluña.
Hablando de diálogo, y ante la catástrofe económica en ciernes, Pedro Sánchez sacó del cajón de los recuerdos el término Pactos de la Moncloa. En el imaginario ibérico, la última vez en que casi todo el arco parlamentario dejó a un lado sus diferencias ideológicas por alcanzar un bien común mayor. El objetivo, remar todos juntos en la reconstrucción económica y social del país. Y contra todo pronóstico y pese a las voces iniciales discrepantes, la izquierda y la derecha acordó al menos poner en marcha la bautizada como Comisión para la Reconstrucción poscovid-19.

Una vez alcanzado el pico de la pandemia, a finales de marzo, se entraba en la llamada fase de “desescalada”. Y ahí comenzó el tercer capítulo de las disputas políticas. El Gobierno iba diciendo qué comunidades estaban preparadas para avanzar y cuáles no en base a unos criterios médicos y científicos. Curiosamente esta vez ni Cataluña ni Castilla-León (gobernada por los conservadores) pusieron pegas a la decisión del Gobierno de no permitirles avanzar en el desconfinamiento, pero sí Madrid. Su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, se convirtió en el símbolo de la oposición a Sánchez. Una fotografía suya en portada de un diario nacional vestida de negro y con gesto de tristeza fue sin duda una de las imágenes de esta crisis. Después vendrían sus problemas para explicar por qué llevaba más de dos meses viviendo en una suite de lujo de un hotel de un conocido empresario -al precio irrisorio de 80€ la noche-, o su incitación a la ciudadanía a salir a la calle a manifestarse contra el Gobierno pese a las estrictas reglas de distancia social.
En la segunda mitad de mayo las buenas noticias -los muertos diarios se sitúan por debajo de la centena y el nivel de infección se reduce drásticamente- aceleran la desescalada y aumentan el optimismo de la población y, por tanto, el peligro del rebrote. Al Gobierno le cuesta cada vez más prorrogar el estado de alarma, ya que el Partido Popular de Casado le da la espalda de forma definitiva; sin embargo, Sánchez recupera de forma inesperada un viejo aliado: el nuevo Ciudadanos de Inés Arrimadas. El próximo 21 de junio, 99 días después, España pondrá el punto y ¿final? a un periodo extraordinario y convulso que puso al país al borde del precipicio. A la espera de una posible segunda ola en otoño, el verano aparece en el horizonte como una breve y deseada tregua que, sin embargo, puede mostrar a los españoles que quizás durante un tiempo nada volverá a ser igual.

En definitiva, como apuntaba Miquel Barceló, uno de los artistas españoles más internacionales, en esta crisis inédita ha faltado “una mirada global sobre este tema. El virus sí tiene esa mirada global. Los virus son más listos y más antiguos que nosotros… y más demócratas”. Muchos científicos auguran que hemos entrado en la “era de la pandemia”. Esperemos que los muchos errores hayan servido para que globalmente aprendamos la lección.