BAS editor Clara Riveros
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Javier Galván es arquitecto de formación y se desempeña actualmente como director del Instituto Cervantes en Estocolmo (Suecia). Su dilatada trayectoria con esta institución estaba fuera de todo calculo personal. Podría sugerirse, más bien, que el desarrollo de sus potencialidades sumado a ciertas circunstancias le llevaron allí, un poco de manera inesperada.
Galván ya supera los 20 años de carrera con esa institución pública que se dedica a promover el conocimiento y aprendizaje de la lengua y la cultura españolas en el mundo. Galván da cuenta, en conversación con Clara Riveros, de su trayectoria vital, su curiosidad del mundo, su gran pasión con Filipinas y, también, permite inferir y confirmar el papel emancipador, transgresor y disidente que tienen la cultura y las diversas expresiones y manifestaciones del arte.
Clara Riveros: Javier, es un gran placer encontrarlo de nuevo, ahora de este lado del mundo. Quiero empezar esta entrevista conociendo algunos detalles de su trayectoria vital y profesional y cómo es que aparece el Instituto Cervantes en su carrera. Entiendo que es al frente de las misiones y de los desafíos de la diplomacia cultural, gestionando o dirigiendo esta institución, que usted ha tenido oportunidad de conocer lugares tan interesantes y diversos como Filipinas, Argelia, Marruecos y ahora Suecia…

Javier Galván: Al Instituto Cervantes llegué por Filipinas. Como arquitecto había desarrollado en los años precedentes a mi incorporación al Cervantes diversos proyectos en aquel país; incluso mi tesis doctoral, entonces en desarrollo, versa sobre arquitectura hispano-filipina. Entre esos proyectos hubo uno muy especial con el Ministerio de Educación y Cultura, sobre el legado español en los archipiélagos micronésicos, que realicé por encargo de Rafel Rodríguez-Ponga, a la sazón director general de cooperación y comunicación cultural. Fue Rafael, que en razón de su cargo era miembro del Consejo de Administración del Instituto Cervantes, quien me propuso para el puesto de Director del Centro Cervantes en Manila que estaba vacante, allá por finales del año 2000.
C.R.: Usemos términos y palabras para definir su paso por esos lugares. Filipinas ha sido, si no recuerdo mal, la pasión. Ha representado el éxito en su profesión como arquitecto e incluso usted se descubrió allí como artista a través de la pintura y la fotografía. Orán ha sido el desafío. Infiero que Orán fue la satisfacción y la transgresión. Satisfacción porque puso a prueba su ingenio y creatividad. La trasgresión, aunque sutil, emerge como constatación evidente de que la cultura cumple un papel emancipador y disidente, un desafío al poder, por tanto, no libre de obstáculos y zancadillas. ¿Qué palabras o términos emplearía para Rabat y Estocolmo y cómo ha sido la relación y la experiencia de vida con esas ciudades (Manila, Orán, Rabat y Estocolmo)?
J.G.: En Manila me descubrí a mí mismo: descubrí capacidades que no sabía que tenía, o que podía desarrollar. En Manila, bajo ese manto de caos -que decía Augusto Villalón- en ese hervidero de vida -que decía Philippe Robertet- todo me sale bien, me siento siempre seguro, física y emocionalmente.

Orán fue el reencuentro, en la madurez, con partes de mí que estaban latentes; pero también fue la aventura, el riesgo, el hacer de Lawrence de Arabia, compartir con los más jóvenes el descubrimiento de su potencial, ver como conquistaban espacios de libertad tanto físicos como mentales. En Orán, en cada paseo iba por la calle estrechando manos: parecía un candidato a la alcaldía en campaña. Sentí que la gente me quería, como en ninguna otra ciudad. Dejar Madrid e irme a Orán fue una locura maravillosa.
Un amigo me dijo, cuando supo que iba a vivir en Rabat, que después de mi experiencia argelina, Rabat me iba a parecer un balneario. No iba muy descaminado: fueron cinco años muy cómodos en los que descubrí un país que estaba demasiado cerca de España para haberlo conocido antes. Del que me sorprendió su modernidad en muchos aspectos. En una ocasión, durante una recepción en la embajada de Japón, le dije al embajador japonés que mutatis mutandi Marruecos me recordaba a Japón, por esa mezcla de tradición ancestral salvaguardada y modernidad acelerada. Como los orientales no son muy expresivos en sus emociones, no sé si se quedó perplejo, o en el fondo estaba de acuerdo conmigo. Rabat fue descubrimiento y sorpresa de lo cercano, y constatación del contraste.
En lo profesional destacaría el buen funcionamiento, constante velocidad de crucero del centro Cervantes, y la magnífica colaboración en proyectos con las instituciones marroquíes y con las embajadas iberoamericanas. Vivir en el Magreb nueve años me ha hecho comprender mejor nuestra caleidoscópica identidad hispana.

Estocolmo, donde sólo llevo un año, es para mí la belleza, la armonía: natural, sin dramas ni aspavientos: digamos que lo barroco es aquí imposible, y el clasicismo nórdico una constante social. Está en un planeta distinto al de las otras ciudades en las que he vivido.
C.R.: ¿Cómo transcurre la vida cultural para el mundo hispanohablante y qué elementos destacaría en el hacer cultural en estos lugares? Lo pregunto porque cada uno ha planteado, en una dimensión espacio temporal concreta, retos, desafíos y oportunidades diferentes…
J.G.: Suelo decir que Estocolmo es el Miami del Norte de Europa, dado el arraigo de las comunidades ibero(latino)americanas desde hace décadas. Oigo hablar todos los días en español -con distintos acentos- por las calles de Estocolmo. Formamos un bloque muy sólido con las embajadas de países hispanohablantes; y también con las lusófonas. En Estocolmo se hace muy patente la dimensión panhispánica del Cervantes, la casa del español y de lo hispano. Sin embargo, resulta muy difícil atraer al público sueco. Lo mismo le pasa a los franceses o a los alemanes. Ellos tienen sus canales propios para aprender nuestras lenguas y disfrutar de nuestras culturas.
Tal como están concebidos los Cervantes sería mucho más útil tener un centro en Abiyán o en Johannesburgo que en Estocolmo. Deberíamos tener distintos modelos de centro según las distintas condiciones de los países. Deberíamos cambiar a un nuevo modelo en Estocolmo: los franceses y los alemanes ya lo han hecho.

En Filipinas y en el Magreb la vigencia del modelo Cervantes es plena. Los tres centros que he dirigido – Manila, Orán y Rabat – están entre los que más alumnos reciben de toda la red, y juegan un papel importante en la vida cultural y social de esas ciudades. A diferencia de Estocolmo, el personal local que trabaja en el Instituto está muy bien remunerado -con respecto al coste de la vida y a la oferta de empleo local- y tiene un alto sentido de pertenencia a la institución.
C.R.: Considerando que las actividades de la institución que representa no se limitan a España, sino que abarcan, no sé si es correcto el término, las culturas iberoamericanas, ¿cómo ha sido su relación con las ciudades, con el mundo cultural de América Latina, y cómo lo han impactado (positiva o negativamente)?
J.G.: La misión, por ley, del Cervantes es difundir la lengua española y la cultura de los países de habla hispana, es decir: la cultura en español. Por tanto, difundir las culturas iberoamericanas está en nuestro día a día. En Estocolmo precisamente organizamos todos los años, la próxima será la decimocuarta edición, el Festival de las Culturas Iberoamericanas. Tuvimos un director que, al llegar al Cervantes, dijo que había que “iberoamericanizarlo”. Los que llevábamos ya años en la casa nos preguntábamos: ¿todavía más?
En Rabat, en 2015 organicé el primer Festival de Cine Latino, que en 2025 ha celebrado su novena edición, con el nombre de Festival de Cine en Español. No acabamos de ponernos de acuerdo con los nombres de América: yo soy partidario del término Iberoamérica, pero ciertamente la mayoría de habitantes de estos países prefieren el de Latinoamérica.

Mi interés por los nombres de las cosas, interés que comparto con el Génesis, con Bob Dylan y con Nietzsche, me llevó al poco de llegar a Estocolmo a encargarle la conferencia “Los nombres de América” a Andrés Rivarola, profesor de la Universidad de Estocolmo, al frente del Instituto Nórdico de Estudios Latinoamericanos. La conferencia está disponible en nuestro canal de YouTube.
C.R.: Quiero terminar con una pregunta inevitable: ¿cuáles son sus autores, libros y artistas favoritos en lengua española? Asumo, por nuestra conversación previa en Rabat, que Jorge Luis Borges está en el podio de sus favoritos… ¿Por qué?
J.G.: Desde luego: para mí Borges es sin duda mi escritor favorito -en cualquier lengua- del siglo XX. Está en lo más alto del podio. Lo tiene todo: la capacidad magistral de hacer que su escritura -tanto prosa como verso- la perciba el lector con tanta naturalidad, como en Camus; en su pluma el idioma resulta tan natural. La profundidad, las metáforas, fruto de su vastísima cultura y de su capacidad ontológica para analizar o intuir la realidad. ¡Descubre internet en El Aleph, publicado en 1949! La poética y la metafísica impregna su obra, sin perder la capacidad especular de toda buena literatura. Lo exótico y lo clásico. Es una delicia oírle en las entrevistas que le hizo en TVE Joaquín Soler Serrano, en 1976 y 1980. Maravilla su sencillez, humildad, humanidad y sabiduría.
Pero hay tantos autores extraordinarios en nuestra lengua: la nómina es infinita. Voy a dar una respuesta existencialista: de las primeras lecturas, casi adolescente, recuerdo que me maravilló la de El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez, y algunos de los Episodios Nacionales de Galdós que leí entonces; y de las últimas que he hecho, me he entusiasmado con Juan Villoro. Mas si tuviera que destacar dos autores, me quedaría con Miguel Delibes en prosa y con Antonio Machado como poeta.
