Clara Riveros
Acumulo experiencias y kilómetros. Observo realidades, escribo sobre política, comento, opino, entrevisto y trato de explicar algunas cosas que suceden en el mundo.
Estoy teniendo una experiencia intensa, extenuante y gratificante, tras un año y medio encerrada por la pandemia. Ya son tres meses en Florida pero parecen muchos más.
Florida es la confirmación de mis búsquedas individuales y de los desafíos personales en torno a las estabilidades que reclama la vida adulta. Enfrento el dilema de cómo conciliar expectativas exigentes, vivir en un país desarrollado y en una ciudad que me gusta, con la realidad inmediata y la situación incierta que supone regularizar mi estatus migratorio.
Florida, hay que decirlo una vez curada de prejuicios, se antoja irresistible. Soy inquieta y curiosa y necesito estímulo constante para mis sentidos. Mi pregunta recurrente: ¿Cómo no vine antes? Disfruto de caminar y tomar el sol, amo la playa y el mar. He vivido la mayor parte de mi vida en América Latina y luego en un país musulmán. A diferencia de estos lugares, aquí no he enfrentado situaciones de acoso masculino en el espacio público. Visto como quiero y nadie interfiere en mis decisiones. Es la vida cotidiana en un país de individuos.

Veo lagartijas, iguanas y vegetación exuberante, amplias avenidas con palmeras, aceras anchas para los peatones, que nunca son demasiados. Las distancias aquí imponen moverse en auto y sigo resistiéndome a ello. Atardeceres majestuosos y lindos amaneceres, construcciones modernas, ciudades vibrantes y en movimiento constante, vida acelerada, sudor, exceso de transpiración, calor abrasador y humedad, gente amable o indiferente. ¡Bienvenidos a Florida!
Miami, al sur del estado, es el calor húmedo que te pega, es el café cubano después del almuerzo y es mucho más que un lugar para ir de compras o de fiesta. Es una ciudad fronteriza que se encuentra entre dos mundos: Estados Unidos y América Latina, mira más hacia el sur que hacia el norte, dijo Patricia Mazzei, jefa del buró de The New York Times hace unas semanas hablando de su ciudad.
No siempre ha sido lo que es hoy, así lo atestiguan vestigios de aquellos vecindarios formados por inmigrantes. Miami cambia cada vez que hay una nueva oleada migratoria. Y es eso, su capacidad de reinventarse, de adaptarse, lo que más aprecian sus ciudadanos. “Es una ciudad para venir a empezar de nuevo, es una ciudad que sobrevive”, añadió Mazzei.
Mis primeras semanas aquí transcurrieron en Little Havana. Este distrito supo acoger a miles de inmigrantes cubanos que huyeron de la dictadura de Fidel Castro en distintos momentos. Ha ido cambiando y, en alguna medida, vaciándose de presencia cubana. Estando allí dormí en un hostal desaseado e insalubre que denominé ‘La pocilga’.

Pasé unas semanas entre la pequeña Habana, Brickell y South Beach. Brickell supo convertirse en mi lugar preferido de Miami. Después fui a Coral Gables, que también se sitúa en el condado de Miami-Dade. Llegué ahí por accidente, estaba caminando sin rumbo fijo desde Little Havana y mis pies me llevaron hasta allí. Quedé encantada ante el descubrimiento. Hay amores que suceden a primera vista. Sus calles tienen nombres de las ciudades y pueblos de España, algunos de Italia, un estilo arquitectónico mediterráneo que va de europeo con sutiles notas árabes y todo ello gracias al visionario George Merrick, en los años veinte del siglo XX.
Muchos latinos residen en Coral Gables, vi colombianos y venezolanos, usualmente gente rica. El lugar es precioso, tiene plazas y fuentes de otros tiempos, pero también hay restaurantes de autor y lugares de moda. Todo allí es armonía, lo nuevo no altera el diseño cuidado y prolijo que se le dio a la ciudad en las primeras décadas del siglo pasado. Disfruté la estancia, aunque pasé unos días olvidables en algún lugar lleno de enmendaduras y ácaros, una construcción venida a menos, un hotel caro para lo que ofrece, resintieron varios huéspedes molestos.

Luego fui, por pocos días, a la Cuba que funciona, o sea a Hialeah, también en el condado de Miami-Dade. Lo de Hialeah es interesante. Esa ciudad tiene un 96% de habitantes latinos y de este porcentaje más del 75% es de origen cubano, ello ha generado que algunos la renombren como “la ciudad menos diversa” de los Estados Unidos.
Después vine al norte, al condado de Broward. He estado entre Hallandale y Hollywood y disfruto mucho la estancia en esta zona. Doy largos paseos y caminatas o salgo a correr en las mañanas. Hay espacios verdes, parques, lagos y mansiones, tengo la playa y el mar en versión mejorada y tranquila, sin el desmadre y el ruido de South Beach.
Conflictuada. Una redefinición posible del término o la descripción de una joven autora latinoamericana que harta de la medianía y del mal funcionamiento del tercer mundo, quiere vivir en el primero sin tener que lavar inodoros. En profesiones como la mía todavía me desgasto explicando a latinoamericanos, africanos y árabes que deben pagar por mi trabajo y que escribir es una actividad profesional que debe remunerarse de manera adecuada.
Lavar inodoros en perspectiva comparada. En Colombia, un trabajador que presta servicios de limpieza, de modo informal, puede ganar por día entre 10 y 15 dólares. En Florida una persona que hace servicios de limpieza puede ganar entre 100 y 120 dólares diarios. El salario mínimo (mensual) en Colombia no llega a los 250 dólares. Los salarios profesionales tampoco son mejores. Durante la pandemia vi convocatorias para profesionales de mi área con remuneraciones que no llegaban a los 500 dólares. Esa es una representación eficiente de por qué la diferencia de ingreso separa al mundo desarrollado del subdesarrollado y por qué la realidad de América Latina constituye un aliciente poderoso para emigrar. Colombia no es el peor país de la región, siempre hay peores en ese sentido, centroamericanos y aquellos de economías fallidas y colapsadas, Cuba, Venezuela o Argentina. Pero, con ese nivel de ingreso, una persona en Colombia tampoco tiene demasiadas posibilidades de movilidad social y de superar la pobreza estructural.

La reactivación económica avanza en Florida. Hay más consumo, gente en la calle y numerosas oportunidades de empleo para quienes residen legalmente. Restaurantes, grandes supermercados o tiendas por departamentos exhiben carteles: requieren personal. El sector privado ha generado miles de empleos entre el año pasado y este año. Ha habido un crecimiento consecutivo de empleo y la tasa de paro laboral del estado se ha situado por debajo del promedio nacional. Este estado ha permanecido abierto a los negocios y a la reintegración de la fuerza laboral.
Paradójicamente, Florida ha sido epicentro de la pandemia, menos del 60% de la población local está vacunada, hay resistencia al uso de mascarillas y los jóvenes siguen siendo los más reticentes a la inmunización. Florida ha sido uno de los estados que en 2020 y durante este verano reportaron mayores contagios y muertes por covid-19. En agosto, Florida tenía el 23% de hospitalizaciones por coronavirus, respecto de todo el país.
Los rostros de Florida y la vida cotidiana. Florida acoge a inmigrantes de todos los continentes, lo constato a diario. El lugar es bello, sin duda. Afirma su encanto en el potencial que representa la diversidad, en tanto definición y composición humana y como posibilidad de integración, ascenso y movilidad social. Decenas de historias atestiguan y corroboran que el sueño americano es posible.
En estos meses he conocido historias de personas reales que un día recomenzaron sus vidas aquí, en Florida.

Una bailarina porteña en Miami. Vida, ritmo y pasión made in Buenos Aires. Juventud a flor de piel. Martina es una chica adorable, hermosa y dulce, tiene una energía increíble. La conocí a pocos días de aterrizar en Miami y sentí que la quise de inmediato. Estuvimos paseando por la sofisticada zona de Brickell y el distrito financiero, con sus restaurantes bonitos y edificios modernos, una tarde de sábado, entre sol y chubascos. Martina trabaja como fotógrafa, sin abandonar su pasión y profesión de bailarina, compagina sus distintas actividades. Recorrimos juntas South Beach y renombré el lugar: ‘colonia argentina de Miami’. Asintió. El encuentro con Martina fue reconectar con mi pasado porteño y recordar que adoro Buenos Aires, con su belleza altiva y decadente, y a su gente, poseedora de un gran sentido del humor, un humor inteligente y sofisticado, negro y mordaz, con el que me siento muy a gusto. Los porteños saben romper corazones, es cierto, pero también conocí gente con características excepcionales y que aprecio profundamente en su forma de ser, estar, pensar y comportarse. Saben de su valía, son seguros, frontales, dicen las cosas como son, tienen un sentido de la transparencia y de la lealtad, y saben ser grandes amigos, te enseñan que una amistad genuina significa ganar un amigo para toda la vida.
Conocer a Martina fue reencontrarme físicamente con todo aquello que dejé hace años en ‘mi Buenos Aires del alma’, fue abrazar a todos mis amigos y saber que “siempre que llovió, paró” y que más allá de los nubarrones, el sol volverá a salir, volverá a brillar y, si no es hoy, será mañana. Ambas coincidimos en amar Buenos Aires a la distancia, ante la imposibilidad de vivir en un país inviable. El populismo hizo de la Argentina lo que es hoy, un país que expulsa a sus jóvenes y con ellos todo el talento, la creatividad y el potencial de desarrollo. Claro, no solo Argentina, en realidad América Latina. Véanse Cuba, Venezuela, Centroamérica, México, Colombia. No son mucho mejores a este respecto. Al contrario, Estados Unidos, y Florida para los latinos, recibe, abraza, exige, confronta, da. Nadie dijo que esto será fácil, pero todos aquí saben que es posible. Y es posible cuando hay talento, cuando se poseen algunas características únicas y un temperamento persistente capaz de hacer la diferencia. “Miami es el lugar donde los sueños se hacen realidad”, me dijo Kevin, joven artista, colombiano y novio de Martina. Por cierto, la imagen de este par de jóvenes veinteañeros, apasionados y llenos de sueños, me reconcilió con el amor.

El rostro cansado de Coral Gables o la risa malvada de Hialeah. Vera está exhausta. Ha trabajado duro durante dos décadas y al no tener ninguna cualificación ha enfrentado enormes dificultades, abusos y arbitrariedades. Su rostro atestigua fatiga y sufrimientos acumulados. Vive en Hialeah y trabaja en Coral Gables. Me intimidó en cuanto la vi. Tiene 55 años y el aspecto de las brujas malvadas que aparecen en las ilustraciones de los cuentos infantiles. Si a ello sumo su risa siniestra y estridente resulta ser un personaje si no aterrador, al menos atemorizante. Esta mujer, sin embargo, tiene un corazón que vale oro. Ella sintió algún grado de empatía hacia mí, me trató afectuosamente, pensó que soy más joven de lo que en realidad soy e incluso mostró su rechazo hacia las realidades de corrupción, violencia y desempleo en nuestros países. Es cierto, la vida es suficientemente difícil en América Latina, antes y ahora está expulsando a sus jóvenes profesionales, forzándolos a emigrar en busca ya no solo de mejores oportunidades sino de alguna opción para sobrevivir. Miami lo constata a diario.
Ella dejó su caótica tierra a los 33 años y vino a Estados Unidos como han hecho decenas de miles de centroamericanos ilegales que arriesgan sus vidas para salir de sus países y llegar hasta aquí. Lleva 22 años en Estados Unidos, no es una gran entusiasta del sueño americano, cree que las condiciones para los inmigrantes después del 11-S han empeorado, pero admitió, entre risas, que vivir aquí la obligó a civilizarse un poco y que eso está bien porque ella era más salvaje cuando vivía en Nicaragua. Hace muy poco logró regularizar su situación migratoria. Su mayor deseo es volver a su tierra. No di crédito a sus palabras. “¿A qué quieres ir allá?”, pregunté. “Tu país, con ese dictador, hoy está peor que cuando lo dejaste”, añadí. Vera asintió. Pero ella quiere ir a su tierra y no precisa explicar la nostalgia. Si no puede estar allá, entonces regresará aquí, ahora sí por la vía legal y siguiendo las formas convencionales de viajar. Transcurridos unos días del primer encuentro, Vera me buscó. Me dijo que había traído comida nicaragüense que hizo en su casa, con sus manos, para mí. La abracé y agradecí. Lloré.

The great landlord in Hollywood. Un emprendedor en toda la extensión del término. Algunas personas capturan la atención de su interlocutor desde el primer momento y fue justo lo que ocurrió. El poder de atracción o el magnetismo de la eficiencia. En un principio, su aspecto me hizo pensar que aquel hombre con quien hablaba podía tener procedencia árabe o incluso magrebí. El diálogo me sacó de dudas: es israelí. Pero, ¿qué vienen siendo el origen y la procedencia estando aquí? La suya, si entendí bien, también es una historia de recomenzar. Lo imaginé, años atrás, como un joven inquieto y ambicioso, inteligente e inconforme, con extraordinaria capacidad de hacer cosas, con características excepcionales y con un instinto de supervivencia muy desarrollado a fuerza de las circunstancias. Él ha tenido el coraje necesario para sobreponerse a la adversidad y a las dificultades. Su carácter es fuerte, incluso intimidante, pero entiendo que levantarse y seguir corriendo para llegar a la meta, en la carrera de la vida, luego de caer, lastimarse y sufrir unas cuantas fracturas durante la competencia, es un reto al que no todos están dispuestos. Probablemente sus hijos estén orgullosos del padre que tienen. Y no es para menos. Es un individuo con voz propia y, como dijo, tiene sus propios desafíos en la vida. No fue su piel aceitunada, bronceada con el sol de Florida, su acento particular o su voz agradable, lo impactante del primer encuentro. No, no fue una cita. Tuvimos una reunión de ‘negocios’. Me impresionó su capacidad de resolución para dirigir acciones y empresas innovadoras, su habilidad para dar solución a cuestiones inmobiliarias engorrosas e incluso desagradables. Él lo hace todo de forma sencilla, práctica y rápida. Hice una pregunta y respondió: “It’s America, all is possible!”.
Cuestión de actitud e impronta personal. Hablamos un sábado a la tarde y el lunes a la mañana ya me había mudado a su departamento. Hasta ese momento, llevaba varios días hablando con muchos agentes inmobiliarios y de Real Estate quienes a menudo solo tenían peros, exigencias, requisitos imposibles y un trato displicente. ¿Cómo no valorar a la gente que hace las cosas más fáciles, que hace las cosas bien y que es eficiente en los procesos? Su trabajo tiene un valor agregado o diferenciado que evalúo atractivo y altamente competitivo. De ahí su brillo digno de mención. Siento simpatía natural hacia las personas que saben hacer la diferencia por las razones correctas. Aprecio a quienes realizan un trabajo excelente y procuran prestar un servicio de calidad, tienen un sentido práctico de la vida, cualidades personales, deferencia en el trato y conceden importancia a la estética. No estoy segura de su sentido del humor, pero es obvio que lo tiene. Se lo dije y alegó diferencias culturales. Controvertí: tengo amigos de muchos lugares del mundo y las diferencias culturales nunca han sido un problema. Me gusta bromear. Aquel hombre se ‘preocupó’ de que caminara bajo la lluvia porque quizá podría ‘derretirme’ y, entonces, me regaló un impermeable. “No soy una bruja que se derrite bajo la lluvia”, aclaré. “Siéntate a esperar a que eso ocurra, pero no será ni fácil ni rápido. O ven a correr conmigo mientras llueve”, zanjé. Soy fiel a mí misma y a mi irrefrenable tendencia a la provocación y a causar molestia. Ese es un placer culposo, lo admito. Pero, hablando en serio, no tengo dudas: él es un individuo excepcional. Haim es un hombre orgulloso y tiene suficientes razones para serlo y para estarlo. Me indicó Google que su nombre es de origen hebreo y significa “Vida”. ¡Tenemos que hablar de esto!
Clara Riveros, Colombia, 1984. Politóloga, analista política y autora. Ha vivido entre América Latina y el Norte de África. Sus libros abordan aspectos relacionados con populismos, totalitarismos, revoluciones, dictaduras, estados confesionales, regímenes autoritarios y la cuestión de las libertades a ambos lados del Atlántico.
En Twitter: @CLARARIVEROS