BAS editor Francisco Compán
Mucho más allá de ser la historia de un veterano de guerra y su dicotomía sobre el destino del gallo de pelea que ha heredado de su hijo Agustín, El coronel no tiene quien le escriba es una obra cargada de contenido político. Ambientada en Colombia a finales de 1956 durante la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla, y escrita en el exilio en Paris entre 1956 y 1957, la novela está inspirada por la mala situación económica de García Márquez en su exilio francés, y por la experiencia de su propio abuelo y veterano de guerra que esperó en vano durante años por el reconocimiento a los servicios prestados al bando Liberal durante la Guerra de los Mil Días.

Breve y concisa hasta el extremo, la novela está cargada de simbología y de un uso denso de adjetivos que requiere que el lector lea entre líneas. Esto es en sí una referencia a la censura impuesta en Colombia durante La violencia en los años cincuenta, y a la que García Márquez se refiere sin tapujos en la propia novela cuando al médico le resulta “difícil leer entre líneas lo que permite publicar la censura”. Los pocos personajes que buscan estar informados sobre lo que sucede en Colombia se enfrentan al riesgo de recibir información clandestina desafiando a la censura.
Mientras que el vínculo entre el gallo y la memoria del difunto Agustín tiene una dimensión casi exclusivamente política, la conexión entre el gallo y la carta toma además una dimensión social. La larga espera por la carta está impregnada de especulación e incertidumbre, y denota la incompetencia burocrática de un sistema social roto que contribuye a crear una atmósfera de inactividad y frustración. Para el coronel, la carta es una línea de vida que le da esperanza. La carta y su precaria situación económica son inseparables, y la desesperación del coronel por la falta de noticias sobre su pensión se deteriora cuando Don Sabas le dice que el gallo vale 900 pesos. La relevancia de la carta como causa de la frágil salud del coronel se debilita a medida que progresa la novela y la atención del coronel se enfoca en el gallo, pero su papel como símbolo del fracaso burocrático y social se consolida al no llegar la carta.

El gallo es sin duda el símbolo más significativo de la novela, aunque parece tener connotaciones diferentes para los distintos personajes. Para el coronel, el gallo representa la esperanza y la posibilidad de salir de la miseria en la que vive, lo que justifica sus desmesuradas atenciones hacia el animal pese al resentimiento de la mujer al replicar que “cuando se acabe el maíz tendremos que alimentarlo con nuestros hígados”. Al mismo tiempo, el gallo simboliza la memoria de su hijo Agustín, cuando, según la mujer del coronel, “produjo un sonido gutural… como una sorda conversación humana”. La decisión de malvender el gallo al corrupto Don Sabas implica para el coronel traicionar la memoria de Agustín y eliminar la posibilidad de solucionar su situación desesperada, pero la alternativa de deshacerse del “pájaro de mal agüero” es tentadora ya que garantiza su supervivencia y la de su mujer, por lo menos a corto plazo.
Para los muchachos de la gallera (los compañeros de Agustín) y para el pueblo oprimido, el gallo simboliza la resistencia política en un país sin posibilidad de elecciones. Del mismo modo, la gallera es el entorno donde se distribuye información clandestina y es así un foco de resistencia política. La simbología del gallo alcanza una nueva dimensión cuando los muchachos se llevan el animal de la casa del coronel a la gallera para entrenarlo, diciéndole a su mujer que “el gallo era de todo el pueblo”. El coronel reacciona con un rotundo “hicieron bien,” marcando así un punto de inflexión a partir del que se politiza la imagen del gallo. Este sentimiento colectivo respecto al gallo renace cuando Germán muestra el gallo a la “multitud exaltada” en la gallera, y hace resurgir el espíritu de lucha del coronel que “nunca había tenido una cosa tan viva entre las manos”. La decisión del coronel de no vender el gallo se debe a que “esa tarde… la gente había despertado”, al mismo tiempo preservando la memoria de Agustín y su propia dignidad.

La ilusoria esperanza del coronel de recibir la carta con su pensión parece ser reemplazada por la expectativa del despertar político de un pueblo que hasta las últimas páginas de la novela parece estar hundido en el sopor y resignado, como el coronel, a vivir en permanente estado de sitio bajo un régimen represor. Dado el perfil político de García Márquez, no parece sorprendente que el gallo no se venda, y que el coronel decida apostar por mantener su conciencia tranquila alentado por el compromiso político de Germán, la “gente nueva del pueblo”, y la imagen de “un gallo que no puede perder”.

Publicada diez años antes de la aclamada Cien años de soledad, que marcaría un antes y un después en el mundo literario, la sucinta El coronel no tiene quien le escriba contiene elementos literarios reminiscentes del realismo mágico que floreció en la obra maestra posterior. A diferencia de ésta, El coronel… se aleja del tratamiento mítico de los personajes para enfocarse en una realidad histórica tangible que permitiría a García Márquez cumplir con su compromiso social.
